TARRAGONA | HISTORIA VIVA
La luz dorada de Tarraco
Estaba convencido que había sido la luz de la ciudad la que le había permitido aguantar el dolor. Gai Bebi Myrisme, nació esclavo, pero consiguió la libertad y, como liberto, acumuló una gran fortuna y fue nombrado servir augustal. Cuando la vida más le sonreía, una enfermedad le robó a su amada. Una inscripción, ahora incrustada en una pared de la Part Alta de ciudad, recuerda su amor: «Fabia Saturnina, la mejor de las esposas».
Tarraco era una pequeña Roma, una ciudad portuaria, abierta a la Mediterránea, donde se hablaban una multitud de lenguas, con un clima especialmente agradable, es decir, un buen lugar donde vivir y prosperar. Este es aún hoy en día el espíritu de la ciudad. Caminando por las calles y plazas de la ciudad medieval o contemplando los horizontes sobre el Mare Nostrum, puede revivirse la ciudad agradable y benefactora que sanó a un emperador: Augusto.
Dedicado a Minerva
Esperaba que Minerva los protegiera. Por eso, con el puñal, el centurión romano Manius Vibio, dejó escrita una inscripción en relieve en la torre dedicada a la diosa de la sabiduría. Sin saberlo, acaba de hacer la inscripción latina más antigua de la península. Era etrusco y comandaba los soldados que estaban levantado las murallas de Tarraco, la que sería la construcción romana más antigua de Europa fuera de la península itálica. Roma había desembarcado en Hispania y llegaba para quedarse.
En Tarragona la historia sale de las piedras, de los libros y cobra vida. La ciudad ha ido especializándose en actividades de reconstrucción histórica. Arqueólogos, historiadores, guionistas, narradores y figurantes trabajan intensamente para divulgar y compartir la historia de la ciudad y de nuestra civilización clásica en eventos como el festival TARRACO VIVA, en mayo, la programación de AMFITEATRVM, los veranos, o las jornadas dedicadas a la guerra napoleónica.
Con sabor a mar
Incluso cuándo había mala mar, con la barca de pesca moviéndose arriba y abajo, Enrique se encerraba en su minúscula cocina e intentaba cocinar alguna cosa caliente. En invierno, la humedad afila el frío del mar, que corta de lo lindo, incluso aquí, en el Mediterráneo. Entonces, un simple suquet de bocanegra con patatas con alioli, o con un romesquet, se convertía en un manjar de los Dioses. Sabroso y reparador.
La cocina tradicional de Tarragona va descalza y huele a mar. De mar y de huerta, claro. La salsa por excelencia es el romesco, que incluso da nombre al plato. Los ingredientes no pueden ser más mediterráneos: aceite de oliva, tomates asados, almendras o avellanas. Poco a poco, los restauradores más comprometidos con la herencia gastronómica de la ciudad, recuperan la simpleza y, al mismo tiempo, la potencia de la cocina marinera tradicional. Apuestas, por ejemplo, por un pescado menos conocido, pero tremendamente sabroso. La clave no es ningún secreto: un buen producto, respeto y autenticidad. Es entonces, cuando menos, es más.
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